jueves, 21 de julio de 2011

Para entender la sucesión

En los días de la república priísta, cuando el presidente era el gran elector, las claves para descifrar la sucesión residían mayormente en el seguimiento de una sola persona, aquella que, como llegó a decir don Adolfo Ruiz Cortines, tenía la grave responsabilidad de interpretar lo que quería el pueblo de México. Los aspirantes y los analistas buscaban encontrar en una frase, acaso en un guiño, las pistas sobre las preferencias del titular del Poder Ejecutivo. ¿A quién le heredaría el poder? ¿Al hermano que nunca tuvo? ¿Al que consideraba su creación porque lo hizo desde la nada política? ¿Al que garantizaría su seguridad y la de su familia? ¿Al que continuaría su proyecto?
El carácter de factótum en la sucesión del titular del Ejecutivo no significaba que no contaran los vetos de los poderes fácticos (los militares, en un tiempo, después las organizaciones sociales del régimen corporativo, y, más recientemente, los hombres del dinero y los intereses norteamericanos). Pero, al final, el presidente decidía quién lo sucedería en el poder.
Con Ernesto Zedillo se agotó esta facultad metaconstitucional. El presidente devino, meramente, a gran selector y sólo dentro de su partido. Un outsider, Vicente Fox, aprovechó el desprestigio acumulado de los gobiernos neopopulistas y tecnocráticos, para convertirse en el portador de una promesa de cambio, un cambio indefinido que, sin embargo, colmó las expectativas de anchas franjas del electorado que empujaron la alternancia.
Hoy, la incipiente democracia ha convertido al proceso sucesorio en un fenómeno más complejo. ¿Cómo se gana una elección? A priori, parece indescifrable la compleja articulación de factores que llevarán a los electores a emitir su voto o abstenerse. De hecho, cada elección es única, pero eso no implica que no se puedan identificar los ingredientes mayores:
1. El partido: su implantación en el territorio nacional, la eficacia de su estructura electoral, su nivel de cohesión (el grado de acuerdo entre las camarillas), los saldos del proceso de selección (saldo blanco o diversos niveles de conflicto). En algunos casos, y a pesar de la mediocridad del candidato, la maquinaria deviene el factor decisivo.
2. El candidato: cada vez más el elector vota por un rostro, una figura, más que por un partido o por una plataforma política; de allí la importancia de su carisma y presencia telegénica, de su capacidad para hacer clic con la masa electoral y dar respuesta a los reclamos y expectativas de la gente.
3. Los saldos del proceso de selección dentro del partido: si dejan fuertes lastimaduras o, incluso, desgajamientos, harán más difícil enfrentar la competencia. La experiencia de Roberto Madrazo es paradigmática.
4. La disponibilidad de recursos: las guerras se hacen con carretadas de dinero para aceitar la maquinaria, comprar lealtades, orquestar guerras sucias... No hay forma de identificar y documentar el flujo de recursos de origen incierto a las campañas.
5. La campaña: el diseño e instrumentación de una estrategia política eficaz, que incluya pero no se agote en el marketing político, y que aproveche los errores y las vulnerabilidades de los adversarios.
6. El equipo de campaña: su capacidad para entender la disputa y para usar los instrumentos más eficaces (alianzas, pactos, acuerdos) y ofrecer respuestas puntuales, oportunas, en una contienda que, cada vez más, se juega en la esfera mediática.
7. Los “amarres” con los poderes fácticos: figuras dominantes dentro del mundo de los negocios, ministros religiosos, grandes sindicatos, etcétera. Es clave el papel de los medios de comunicación en la construcción de percepciones.
8. El legado: el balance que hace cada elector de la gestión del gobernante saliente. En condiciones óptimas, el partido gobernante llevaría una ventaja considerable. Pero si hereda una situación difícil o crítica, el ciudadano tenderá a castigar al candidato de un partido depredador o incompetente.
9. La oferta electoral: la postura del candidato en los temas más sensibles para la sociedad. Dos cuestiones serán esenciales en 2012: la inseguridad y el bolsillo.
10. Percepción y expectativas: cómo imagina el elector que el ejercicio de gobierno de uno u otro candidato incidirá de forma inmediata, contante y sonante, en su calidad de vida y el bienestar familiar.
Resulta difícil anticipar, en esta compleja mixtura de datos, el peso que tendrá cada uno de los elementos o cuál será su combinación exitosa. Incógnitas de la incertidumbre democrática que deberán descifrar partidos y candidatos en contienda.
Twitter: @alfonsozarate
Presidente del Grupo Consultor Interdisciplinario

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