Pedro Miguel
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Entre la 7:36 y las
7:40 del 11 de marzo de 2004 (11-M) diez explosiones devastaron varios
puntos de la red ferroviaria madrileña, mataron a casi 200 personas y
lesionaron a mil 858. La información disponible fue manipulada en las
horas posteriores por el entonces presidente del gobierno, José María
Aznar, y por la mayoría de la clase política y de los medios
informativos españoles, para atribuir el origen de la tragedia a un
atentado de ETA. Aunque el comunicado en el que las Brigadas de Abu Hafs
Al Masri reivindicaban el atentado criminal no se conoció antes de las
21:30, la opinión pública tuvo la certeza, muchas horas antes, de que
aquello no había sido un accidente, sino una acción terrorista.
Las ciencias forenses y el avance tecnológico permiten establecer en
forma rápida e incontestable la distinción entre una cosa y otra, ya sea
por los patrones de las ondas de choque y de la destrucción provocada
por el estallido como por la detección de la firma química de los
explosivos en el lugar de los hechos. En el caso del 11-M, la policía
tuvo, ese mismo día, la certeza de que los fundamentalistas islámicos
habían utilizado Goma-2 ECO para perpetrar la masacre.No especulen, insiste el régimen, mientras su propia conducta mina la credibilidad que pudiera quedarle y alienta la especulación y el escepticismo justificado: cuatro días son demasiado tiempo para que los aparatos de seguridad sigan sin saber si lo que causó la tragedia fue una estufa defectuosa o un artefacto explosivo colocado por manos criminales.
La ausencia de explicaciones verosímiles, por lo demás, coloca a la sociedad ante una disyuntiva irremediable: si las autoridades no han podido establecer la causa del estallido, su ineptitud es galáctica; si ya lo hicieron y no lo difunden es porque han decidido, por el cálculo que sea, encubrir a los autores de un atentado, toda vez que la estufa no ameritaría encubrimiento alguno y hasta le habría dado a Peña las condiciones propicias para que siguiera asoleando su frivolidad en Punta Mita.
El grupo en el poder está acostumbrado a mentir, a despreciar a la opinión pública y a ocultar sus enjuagues bajo una pila de declaraciones y fintas investigadoras –
llegaremos al pleno esclarecimiento de los hechos, y bla, bla bla– o a extraviar la procuración y la impartición de justicia en plazos inciertos y en vericuetos legaloides. Al final, Salinas se pasea bajo al luz del Sol aunque todo mundo sepa que se robó la partida secreta y los responsables de la tragedia en la guardería ABC permanecen impunes porque eran, o siguen siendo, de los picudos del régimen.
El poder no ha cambiado. El PRI sigue siendo el mismo de siempre, el PAN heredó sus mañas y ahora el tricolor pretende retomar las maneras burdas desplegadas por el blanquiazul en el ejercicio de gobierno. Pero la sociedad y el mundo sí que han evolucionado, y queda poco margen para que el grupo en el poder vuelva a salir con sus prestidigitaciones, sus silencios y sus ruedas de molino. Que informe ya, para empezar: ¿qué pasó en la torre B2 de Pemex?
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