martes, 24 de agosto de 2010

México SA


Juventud hereje y esquezofrénica
El calderonato, cada día más ciego
Narro: realidad dolorosa e injusta
Carlos Fernández-Vega
 
Con la sabiduría que lo caracteriza, el inquilino de Los Pinos los calificó de herejes (26 de junio del año pasado) por no creer en Dios; la semana anterior las secretarías de Gobernación y de Educación Pública los consideró exagerados, y ayer el creativo secretario de Desarrollo Social, Heriberto Félix Guerra, les inventó un término coleccionable, al tacharlos de esquezofrénicos, de tal suerte que a los ojos del calderonato la terrible realidad que soportan millones de jóvenes mexicanos es producto de su propia apostasía, dramatización y –ahora lo sabemos– de responsabilizar a terceros por su precaria circunstancia, no consecuencia de un modelo económico excluyente y depredador, de una clase político-empresarial corrupta hasta los huesos, y de la voracidad de un gobierno mediocre e ineficaz, a los cuales la juventud sólo les interesa para efectos electorales.
Durante su participación en la Conferencia Mundial de la Juventud 2010, inaugurada ayer en León, Guanajuato (estado con gobierno clerical), el talentoso titular de la Sedeso llamó a los jóvenes a “no ser víctimas de sus circunstancias y no caer en la esquezofrenia”, es decir, no caer en los es que y echarle la culpa a los demás: es que el gobierno, es que mi papá, es que el mundo. Hay que tener liderazgo (La Jornada, Laura Poy y Carlos García). En su perorata marca Miguel Ángel Cornejo, Heriberto Félix Guerra dijo que “México requiere su dinamismo y les pide explotar sus virtudes y talentos… los jóvenes no quieren saber de política porque la hemos ensuciado; debemos reivindicar la política como el arte de servir para que se decidan a participar y nos ayuden a mover al mundo. Ustedes son mayoría, y quiero decirles que en este mundo habemos tres tipos de personas: los que ven que las cosas sucedan, los que ni cuenta se dan y los que hacen que las cosas sucedan. Analicemos a qué grupo pertenecemos… todos tenemos virtudes y talentos… Si nos empeñamos en ser parte del problema, seguiremos encontrando problemas, pero si somos parte de la solución, siempre encontraremos soluciones”.
En síntesis, dice el calderonato, los jóvenes están como están porque quieren, por fodongos, amén de que viven una realidad fuera del discurso oficial (ergo, de la realidad oficial), por lo que el creciente desempleo juvenil, la deserción escolar por razones económicas, la falta de espacio en los centros de educación superior, la migración, la ausencia de una política gubernamental bien articulada que atienda sus urgencias y necesidades, la falta de oportunidades y demás carencias que no cuadran con la visión de Los Pinos, simple y sencillamente no existen.
Ya el inquilino de Los Pinos lo dijo claramente el 26 de junio de 2009: una juventud que por sus condiciones sociales, familiares, educativas, por falta de oportu- nidades, tiene pocos asideros trascendentes, que tiene poco que creer, que no cree en la familia que no tuvo; que no cree en la economía o en la escuela, que no cree en Dios, porque no lo conoce. Que no cree en la sociedad, ni en quien la representa. Esta falta de asideros trascendentales hace, precisamente, un caldo de cultivo para quienes usan y abusan de este vacío espiritual y existencial de nuestro tiempo.
Apóstata irredimible (como señalamos en el México SA del 29 de junio del año pasado), la juventud mexicana, que no cree en Dios, paga el precio: al cierre del primer trimestre de 2009 (circunstancia que no se modificó en igual lapso, pero de 2010), alrededor de 60 por ciento de los desempleados en México tiene entre 14 y 29 años de edad, es decir, cerca de un millón 280 mil personas, de acuerdo con el Inegi. De este total, alrededor de 870 mil tienen edades de 20 a 29 años; la mayor parte de la población económicamente activa es joven, y 56 por ciento de ella obtiene un ingreso de entre uno y tres salarios mínimos (171 pesos diarios como máximo), al tiempo que 64 por ciento carece de seguridad social. De enero a marzo de 2009, el año del catarrito, alrededor de 200 mil jóvenes de entre 14 y 29 años perdieron su empleo. Desde que el citado predicador se instaló en Los Pinos, más de 300 mil mexicanos en las edades referidas han perdido su plaza, sin considerar los que en el periodo se incorporaron por primera vez al mercado laboral y muchos de ellos lo consiguieron, pero en Estados Unidos. Todo lo anterior sin considerar a los jóvenes que, sin más alternativa, se sumaron al narcotráfico.
Por si fuera poco, de acuerdo con el Censo General de Población y Vivienda (2000; del levantado en 2010 aún se desconocen los resultados), de casi 10 millones de mexicanos con edades de entre 15 y 19 años, casi 54 por ciento no asistía a la escuela, es decir, alrededor de 5.4 millones de jóvenes; las entidades con mayor cantidad de jóvenes fuera del sistema educativo fueron Zacatecas (70 por ciento), Guanajuato (65), Michoacán (64), Chiapas (62) y Puebla (60). De los que logran incorporarse al sistema educativo, 35 por ciento termina desertando por motivos económicos. Y sobre aquellos jóvenes herejes que no creen en Dios (Calderón dixit), el mismo censo arrojó el siguiente resultado totalmente desfavorable a lo dicho por el inquilino de Los Pinos: 88 por ciento de los jóvenes se declaró católico; 4 por ciento protestante; 3 por ciento cristiano y 5 por ciento ateo. El 89 por ciento declaró creer en la existencia del alma; 88 por ciento en la Virgen de Guadalupe; 66 por ciento en el infierno; 26 por ciento en el horóscopo y 21 por ciento en amuletos. Uno de cada cinco jóvenes consideró que sus creencias religiosas influyen en su actitud hacia el trabajo, hacia los problemas sociales o hacia la sexualidad, y 8 por ciento que tiene efectos en sus preferencias políticas.
Ésa es la realidad que no aceptan, pero como bien dijo el rector de la UNAM, José Narro, más que minimizar la cifra de ninis en el país (léase el referido intento de la Segob y la SEP) lo que el inquilino de Los Pinos debe corregir es la dolorosa, injusta e inconveniente realidad que viven 7.5 millones de jóvenes mexicanos que no tienen oportunidad de estudiar ni de trabajar, amén de otros millones que sobreviven en precarias condiciones. “No me equivoco en las cifras al mostrar los datos… Están bien las sumas y son datos oficiales”.
Las rebanadas del pastel
He allí la herejía, exageración y “esquezofrenia” juvenil que se observa en Los Pinos, donde, más ciegos cada día, se niegan a reconocer la realidad y, por ende, a poner en marcha una política de Estado que no sólo saque a flote a millones de jóvenes del desamparo total, sino que los incorpore al desarrollo, aunque éste, desde hace décadas, brille por su ausencia.

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