martes, 17 de agosto de 2010

¿Pues quién se cree que es?

Roberto Blancarte

17 agosto 2010
blancart@colmex.mx

Al cardenal de la Iglesia católica se le conoce por decir muchas tonterías, por hacer afirmaciones sin sustento y por haberse librado, hasta ahora, de cualquier sanción o responsabilidad jurídica por sus palabras. Durante mucho tiempo, al amparo de su supuesta autoridad moral, de su innegable influencia política en Jalisco y en buena parte del Bajío, así como de un estilo tosco y dicharachero, se le ha permitido sembrar una cantidad enorme de ligerezas, infundios y falsas acusaciones. Creo, sin embargo, que ya alcanzó el límite tolerable en sus afirmaciones dolosas, las cuales pueden clasificarse como calumnia y por lo tanto penadas por la ley. Cuando el arzobispo de Guadalajara sostiene públicamente que “Marcelo Ebrard junto con organismos internacionales maiceó a los magistrados de la Suprema Corte, que recibieron dádivas”, por lo que no duda que ésta avale adopciones de niños, el cardenal no sólo está diciendo una tontería, sino que está atentando contra la integridad moral del jefe de Gobierno del Distrito Federal y sobre todo contra la de los ministros del supremo tribunal de la nación, que con mucho esfuerzo se ha venido labrando una reputación de autonomía, seriedad y responsabilidad.

El cardenal Sandoval no es ningún ignorante ni es estúpido, aunque lo parezca. Sabe perfectamente lo que está haciendo, que es poner a prueba las instituciones del Estado mexicano. Todo esto no es un exabrupto, sino un reto a la Constitución, a las leyes mexicanas y al conjunto de instituciones que las deben hacer valer. Es por ello que no es por azar el ataque a la Suprema Corte de Justicia. Ésta representa a los hombres constituidos en sociedad haciendo sus leyes y rigiéndose por ellas, no por lo que dice la Biblia, según la interpretación de algunos. En otras palabras, descalificar a la Suprema Corte, ligándola con la corrupción de la justicia no es nada más apelar a la rabia de la gente en contra del aparato político podrido que ahora padecemos, sino minar las bases de la credibilidad de un sistema basado en la soberanía popular, en lugar de la voluntad divina interpretada por algunos de sus intermediarios (es decir la jerarquía católica). Al cardenal no le importa que con este ataque las instituciones se vayan al carajo; lo que quiere es dejar establecido que esos jueces de un sistema político laico no tienen autoridad superior a la de él.


Sandoval Íñiguez cree que puede decir cualquier cosa y que no necesita probarla. Basta —según él— con que la mencione para que todos le crean. Por ejemplo, se imagina que decir que la unión de personas del mismo sexo como el permitirles la adopción es una aberración que obedece a “intereses internacionales de muy alto poder económico” basta para probar sus aseveraciones. Se imagina una conspiración mundial para que la población del mundo disminuya con medidas como las antes mencionadas. Cualquier persona sensata puede darse cuenta que dicha argumentación no tiene ni pies ni cabeza y que al asunto simple y sencillamente no se puede probar, pero eso al cardenal no le importa. Él, con enorme ligereza, irresponsabilidad y mucho dolo se imagina a no sé qué intereses económicos internacionales innombrables listos para promover los matrimonios entre personas del mismo sexo. ¿Dónde están las fabulosas ganancias que esos matrimonios van a generar? A menos que se crea en la propaganda acerca del turismo gay en el Distrito Federal no veo francamente ningún negocio en algún lado. La verdad es que el cardenal regresó a la época en que el episcopado se pronunció, allá por la década de los años 70 del siglo pasado, contra la planificación familiar.


Pero ahora el cardenal nos dice que “Todo ese paquete de propuestas es del PRD o de las izquierdas en el mundo, está propuesto por los grandes capitalistas”. Sandoval Íñiguez muestra con ello que tiene mucha imaginación o está al borde la locura: ¿el PRD maneja a los grandes capitalistas o los grandes capitalistas manejan al PRD? ¿Y la cantante calva, señor cardenal?


Por si fuera poco, el cardenal hace lujo de su vocabulario discriminador, hablando de “maricones”, manejando un lenguaje a todas leguas ofensivo tanto por el tono como por su carga despectiva. ¿Pues quién se cree que es para insultar, calumniar y atacar a las personas y a las instituciones del país, simplemente porque no estuvieron de acuerdo con su visión religiosa conservadora?


Todo tiene un límite en la vida y me parece que ya llegó el momento de ponérselo al cardenal Sandoval Íñiguez. Durante mucho tiempo los obispos católicos han gozado de una enorme impunidad y han puesto a prueba la paciencia de los funcionarios públicos laicos y la solidez de las instituciones. Se han aprovechado de una autopretendida autoridad moral y un supuesto respaldo social a sus dichos y acciones. Nada de eso existe realmente o ha disminuido notablemente; la prueba es que la sociedad no los ha respaldado en ninguno de los casos a los que ellos aluden. Ahora llegó el momento de que alguien le muestre al cardenal que él no está por encima de las leyes y que debe respetar la Constitución mexicana y sus instituciones aunque no le gusten. Sería un bonito festejo del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución.

blancart@colmex.mx

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