por José M. Murià
Es cierto que el PRI se supo ganar antaño la fama de corrupto —quizás exagerada por su generalización— y ése fue uno de los principales argumentos para echarlo fuera de Los Pinos, en el año 2000, gracias a lo cual México habría de iniciar el camino de la redención.
Sin embargo, en Guadalajara, como el PAN se había entronizado cinco años antes, ya teníamos muestras que permitían poner en duda la limpieza que enarbolaban. Recuerdo, por ejemplo, que cuando César Coll tomó posesión de la presidencia municipal, anunció una verdadera campaña punitiva en contra de la corrupción anterior; en consecuencia, pronto denunció que dos millones de pesos de asfalto, que se habían pagado, nunca se llegaron a poner. La alharaca fue mayúscula hasta que se supo que, en efecto, la erogación se había hecho, pero contra una factura expedida por un decente empresario de gran prosapia dentro del PAN. Hubo más del mismo caldo, aunque ya con menos argüende, hasta que se generalizó la idea de que “por cada priista corrupto que había recibido mordida había habido un panista decente que se la había dado”. Después de tantas amenazas, Coll hubo de recular.
Luego, hubo incluso de afrontar el acoso por mal manejo de fondos municipales, por parte de su sucesor.
Una década de gobiernos decentes ha dejado claramente en entredicho las bondades de ese cambio hacia adelante y muchos mexicanos sospechan que en realidad fue una gigantesca reversa.
El SIAPA, fundado en el año 1978, había llegado a ser una buena institución de servicio. Vendiendo su mercancía barata había mantenido en general números negros y el incremento de su servicio superaba al de la población. Pero un buen día llegaron los decentes y el retroceso resultó patético, en especial durante el pasado trienio, cuando se convirtió en una especie de “caja chica” de enorme tamaño para satisfacer necesidades políticas del régimen. Dinero y gente para el proselitismo y muchas compensaciones generosas por los servicios prestados a la causa blanquiazul fueron la nota dominante que convirtieron el color negro de sus números en un rojo intenso, dejándolo prácticamente en la bancarrota y, además, con un amargo saldo de retroceso en la prestación del servicio.
La nómina pingüe y abultada, los contratos generosísimos a empresas de “parientes”, el negocito de condonar o reducir adeudos anteriores mediante una “feriecita” a veces no tan corta, aportada gustosamente por decentes consumidores de gran volumen y, lo que apareció ahora, dinero internacional desviado a coladeras inconfesables, fueron mecanismos que dejaron mucho dinero para incidir en la vida política y también, claro, unas muescas gigantescas en la capacidad de la institución, al extremo de que, incluso, se llegue a pensar en su desaparición.
Sospechosa fue la defensa que se hizo del ex titular hasta el último momento, en fin, la verdad es que todo hiede a la decencia que nos dijeron se apoderaría de nuestro país cuando llegaran los decentes a gobernar, primero a Jalisco y luego a la República entera.
Sin embargo, en Guadalajara, como el PAN se había entronizado cinco años antes, ya teníamos muestras que permitían poner en duda la limpieza que enarbolaban. Recuerdo, por ejemplo, que cuando César Coll tomó posesión de la presidencia municipal, anunció una verdadera campaña punitiva en contra de la corrupción anterior; en consecuencia, pronto denunció que dos millones de pesos de asfalto, que se habían pagado, nunca se llegaron a poner. La alharaca fue mayúscula hasta que se supo que, en efecto, la erogación se había hecho, pero contra una factura expedida por un decente empresario de gran prosapia dentro del PAN. Hubo más del mismo caldo, aunque ya con menos argüende, hasta que se generalizó la idea de que “por cada priista corrupto que había recibido mordida había habido un panista decente que se la había dado”. Después de tantas amenazas, Coll hubo de recular.
Luego, hubo incluso de afrontar el acoso por mal manejo de fondos municipales, por parte de su sucesor.
Una década de gobiernos decentes ha dejado claramente en entredicho las bondades de ese cambio hacia adelante y muchos mexicanos sospechan que en realidad fue una gigantesca reversa.
El SIAPA, fundado en el año 1978, había llegado a ser una buena institución de servicio. Vendiendo su mercancía barata había mantenido en general números negros y el incremento de su servicio superaba al de la población. Pero un buen día llegaron los decentes y el retroceso resultó patético, en especial durante el pasado trienio, cuando se convirtió en una especie de “caja chica” de enorme tamaño para satisfacer necesidades políticas del régimen. Dinero y gente para el proselitismo y muchas compensaciones generosas por los servicios prestados a la causa blanquiazul fueron la nota dominante que convirtieron el color negro de sus números en un rojo intenso, dejándolo prácticamente en la bancarrota y, además, con un amargo saldo de retroceso en la prestación del servicio.
La nómina pingüe y abultada, los contratos generosísimos a empresas de “parientes”, el negocito de condonar o reducir adeudos anteriores mediante una “feriecita” a veces no tan corta, aportada gustosamente por decentes consumidores de gran volumen y, lo que apareció ahora, dinero internacional desviado a coladeras inconfesables, fueron mecanismos que dejaron mucho dinero para incidir en la vida política y también, claro, unas muescas gigantescas en la capacidad de la institución, al extremo de que, incluso, se llegue a pensar en su desaparición.
Sospechosa fue la defensa que se hizo del ex titular hasta el último momento, en fin, la verdad es que todo hiede a la decencia que nos dijeron se apoderaría de nuestro país cuando llegaran los decentes a gobernar, primero a Jalisco y luego a la República entera.
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