viernes, 12 de agosto de 2011

Cerrando la pinza.

Editorial Diario Libertad

La designación de Alejandro Luna Ramos como Presidente del máximo tribunal que juzga y determina el triunfo o la derrota de los participantes en una contienda electoral, o sea, el que dice la última palabra.
Viene a enriquecer aún más las sospechas de que don Felipe no está dispuesto, de ninguna manera, ya que en ello se juega la vida, literalmente, a entregar el Poder a la oposición.
Y como doña Carmen Alanís, que fue la que entregó el importante y significativo cargo, no pudo reelegirse, por más que ella, en un arranque de feminismo puro, votó por sí misma.
El que al frente del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación haya quedado quien activamente participó en las fraudulentas elecciones del 2006 que llevaron a Calderón a la Presidencia de la República, es toda una garantía de que habrá de nueva cuenta otra bribonada monumental para el año que viene.
Ciertamente que nada tiene que ver que don Alejandro sea hermano de la Ministra de la Suprema Corte de los mismos apellidos.  No, nada de eso; los hermanos puede tener ideologías y caminos diferentes.
Excepto que el “detalle” da a entender la clase de nepotismo que se vive desde el Poder Judicial; y que solo podrá revertirse cuando se volteé a ver a la Constitución del 57.
En la que estaba contemplado que el Presidente de la SCJN era electo por el Pueblo (como debieran de elegirse todos los Magistrados, sin olvidar al Tribunal Electoral)
Ya que de esa suerte, los ciudadanos podríamos tener alguna posibilidad de que quienes nos juzgan, tengan un real y verdadero compromiso con quienes votaron por ellos, y se haga Justicia. 
No como ahora se acostumbra en estos aciagos tiempos de corrupción e impunidad, cuando quienes nos juzgan tienen compromiso es con quienes los designan.
Pues como decía aquel viejo sabio: “Cuando las cosas suceden una vez, pueden o no volver a suceder.  Pero cuando pasan ya dos veces, puedes tener la certeza de que sucederá una tercera. 
Y aquí en nuestro México ya nos han hecho cuando menos dos escandalosos fraudes.  Uno en el 88 con Carlos Salinas de Gortari, que resultó nefasto y hasta se tuvo que ir de México; y el de Felipe Calderón en el 2006, que todavía no acaba y ya tiene su etiqueta y su propia historia.

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