martes, 18 de octubre de 2011

Los Abajo Firmantes derrotados

Bucaeli

Jacobo Zabludovsky

El poder en el ocaso, asomado a su desplome, emplea a cómplices angustiados en busca de apoyo para crear condiciones que les permitan sobrevivir

Nada más patético que las patadas de ahorcado de políticos obsesionados por conservar sus prebendas.
Algún poderoso y astuto promotor capaz de convencer al más escéptico logró firmas de 46 académicos, intelectuales y periodistas de buena fe la mayoría, pero también farsantes que de eso, de la farsa, han hecho un productivo modus vivendi. Unos se agregan por ingenuos, muchos se alquilan por vocación y otros no saben ni con quién se acuestan.

Hace algunos años por el fundador y director de un diario supe una extraña historia. Se vio obligado (al inicio de un sexenio anterior a este) a aceptar el convenio “propuesto” por un alto funcionario federal, consistente en recibir como articulistas del periódico a dos “colaboradores” designados por el gobierno para “equilibrar” (en realidad tolerar) las opiniones disidentes de la página editorial. Los artículos de los incrustados aparecerían (aparecen) junto a los de escritores independientes sin informar al lector de su verdadero origen e intención. Del talento de cada uno de los simuladores dependería (depende) la permanencia del engaño y, por eso, de vez en cuando, emiten críticas inocuas para acatar con mejores resultados las órdenes de sus verdaderos patrones, sustitutos de los originales. No he querido, ni lo he intentado, corroborar la versión porque las partes involucradas negarán su complicidad. Pero la lectura continuada de las columnas me convence de la autenticidad de la anécdota.
La retribución a estos y a sus posibles émulos en otros medios se refleja en la prosperidad de sus consultorías, revistas, asesorías, análisis, sondeos de opiniones, programas educativos, relaciones públicas y venta de diplomas de limpieza y claridad. Se logró una mezcolanza de abajo firmantes con una diversidad que evoca el ingenio de esos fruteros que empacan encima las fresas grandes y rojas para vender al mismo precio las pequeñas y pálidas de abajo.
Eso explica, en parte, la súbita alharaca. Ante la imposibilidad de torcer la realidad inminente los perdedores se unen para hacerle difícil al próximo presidente ser jefe del Poder Ejecutivo. Quieren privarlo del poder y de lo ejecutivo: autorizar a los secretarios de Estado y nombrarle un jefe de gabinete, por ejemplo, ¿para qué? Con el cuento de favorecer la gobernabilidad, los perdedores y sus huestes alegan que lo democrático es una coalición que no se les ocurrió cuando empezó su sexenio. El poder en el ocaso, asomado a su desplome, emplea a cómplices angustiados en busca de apoyo para crear condiciones que les permitan sobrevivir. Con precandidatos sin arrastre popular ni siquiera sueñan en cambiar el resultado de la votación, pero confían en apoderarse de facultades que le quitan al triunfador.
“Coalición vs. Peña”, artículo de Juan Manuel Asai en La Crónica del jueves, termina así: “…todo indica que el mandatario (Calderón) tendrá que enfrentar el peor escenario posible para él, el escenario de sus pesadillas: que la Presidencia en el 2012 sea una contienda entre Peña y López Obrador, quienes tienen motivos de sobra para no querer al Ejecutivo panista”.
Y José Woldenberg, experto en leyes electorales y respetado por su labor académica, publicó el mismo jueves en Reforma una larga explicación de su presencia entre los 46, titulada: “Ayer, hoy, quizá mañana”. Advierto cierta duda en el “quizá”, porque de otra manera habría empleado un “seguramente” más acorde con su apoyo a lo firmado. El párrafo final lo califica de “un planteamiento de carácter general. No presupone una traducción específica en términos de la forma de gobierno adecuada. Bajo ese manto caben diversas opciones…”. Ligera divergencia entre el desplegado y, cuatro días después, el artículo. Puede que no la haya, pero el manifiesto, tan breve como vago, es buen caldo de dudas.
Lo que al comenzar un gobierno pudo haberse tomado como un acto voluntario de autolimitación de políticos felices y confiados, al final cambia su valor ético y alienta la sospecha de que esas soluciones apresuradas no intentan mejorar la vida de los mexicanos. Este caso tiene todas las características de una búsqueda desesperada de fórmulas para evitar lo que ven venir.
Peña Nieto y López Obrador no firmaron. Los políticos que sí figuran se saben derrotados y apuestan a que un gobierno de “coalición” les autorice a compartir el poder, si el nuevo presidente no gana mayoría en el Congreso.
Se trata de la posibilidad evasiva y evanescente de seguir medrando para lograr lo que pretenden combatir: que nada cambie.
Presagian el frío y tejen la cobija de ellos y sus cuates.

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