sábado, 17 de diciembre de 2011

Cincinato

Rogelio Campos

El heterodoxo método para designar a los nuevos consejeros electorales del IFE nos refiere inmediatamente al caso de Cincinato. Hoy más que nunca se vuelve necesario que la sociedad, y sobre todo nuestros políticos, conozcan la historia (o leyenda) de este personaje romano.

Lucio Quincio Cincinato (519-430 A.C.) fue un general y político mitificado por la historiografía

romana republicana y convertido en un modelo que encarnaba los valores de patriotismo, austeridad y falta de ambición personal, además de que se le concedía una destacada inteligencia.

Dos años después de que terminó su encargo como cónsul, el ejército romano se encontraba cercado por los ecuos y los volscos. Entonces el pueblo exigió el nombramiento de un dictador y todos pensaron en Cincinato.

Según la leyenda, se encontraba en su propiedad rural, con las manos en el arado, cuando recibió a la delegación del Senado que le propuso la nueva encomienda. Organizó un nuevo ejército y venció al enemigo en tan sólo dieciséis días.

Después de triunfar fue recibido con honores, pero renunció a seguir ejerciendo el cargo que le había sido conferido por seis meses. También renunció a todos sus honores y a recibir cualquier recompensa. Lo que sí hizo fue regresar a seguir arando sus tierras.

La historiografía romana refiere que posteriormente, y en condiciones igualmente difíciles, fue nombrado nuevamente dictador con un desenlace similar: triunfo rápido, decisiones eficaces, renuncia del cargo y vuelta a su tierra, aunque esta segunda parte es puesta en duda por algunos historiadores.

En honor a este personaje, al finalizar la Guerra de Independencia en lo que hoy es la Unión Americana, los oficiales del ejército fundaron la Sociedad de los Cincinnati (plural de Cincinato) para miembros que habían servido desinteresadamente a la patria. El presidente de esta sociedad era Arthur St. Clair, entonces gobernador de los territorios del Noroeste, quien rebautizó lo que antes se llamaba Losantiville y le puso el nombre que desde entonces tiene: Cincinnati.

Pues bien, el proceso para elegir consejeros electorales del IFE llevó catorce meses, y los diputados nunca pudieron llegar a acuerdos sobre la nutrida lista de aspirantes. Sin embargo, bajo la creciente presión pública por su mal desempeño acaban de tomar un camino tan alejado de la ortodoxia como cercano a la prudencia, designando a tres mexicanos ejemplares: Lorenzo Córdova, María Marván y Sergio García Ramírez.

Nadie puede poner en duda las virtudes de los nuevos consejeros, que en mucho se asemejan a las que los romanos vieron en Cincinato: inteligencia destacada, reconocimiento y cumplimiento en los cargos que han ocupado, alejados del protagonismo, los escándalos y la estridencia.

En un difícil entorno, que genera sospechas e impide llegar a acuerdos, la virtud de la sobriedad se impone a la ambición personal. Esa es la lección que deja el episodio de los consejeros electorales: sí hay perfiles que posibilitan los acuerdos, aun en circunstancias extraordinarias. Las páginas de los periódicos y las noticias en general nos muestran políticos -de todas las edades- que se dan vida de reyes: enormes mansiones, departamentos costosísimos, automóviles lujosos, bonos, viajes y todo tipo de excesos. Pareciera que entre todos hemos forjado un falso concepto de éxito y que se corre frenéticamente una competencia por alcanzarlo. En la realidad tal carrera solamente conduce al descrédito de los políticos y al hartazgo de la sociedad que todos vivimos y de la cual pareciera no haber escape, pues los diferentes colores partidistas solamente han contribuido a seguirlo acrecentando.

El abuso de poder es el medio del que se ha valido nuestra clase política para lograr su "éxito personal", teniendo como resultado el descrédito social. La otra cara de la moneda es el uso correcto del poder, que caracterizó a Cincinato y que tiene como consecuencia prestigio, reconocimiento y hasta admiración.

Como sociedad hemos fomentado un individualismo a ultranza que privilegia el "éxito personal" sobre el prestigio social. Es tiempo de entender que la suma de "éxitos personales" no construye -necesariamente- una mejor sociedad.
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