miércoles, 14 de diciembre de 2011

José Agustín: del lenguaje soez al premio de Lingüística y Literatura

Javier Aranda Luna
 
Alos 16 años le gustaba el rock and roll, el cine y ya había escrito su primera novela que festejó Juan José Arreola, quien además se la publicó. Tiene talento, le dijo en 1963, usted es un escritor.
En su novela el lenguaje coloquial era un personaje más y temas como el aborto que ni siquiera formaban parte del debate de ideas en la pláza pública tenía espacio en su narrativa.
Pero el entusiasmo de Juan José Arreola no lo compartió la crítica o al menos no esa que se mueve dando codazos para hacerse ver. Por su lenguaje soez, se llamó despectivamente literatura de la onda a las obras de José Agustín, Gustavo Sáenz y Parménides García Saldaña. Soez, según la Real Academia de la Lengua es algo bajo, grosero, indigno, vil. Ahora que las novelas de Agustín y Sáenz son libros de texto y ellos han sido profesores invitados de literatura en prestigiosas universidades extranjeras durante varios años ¿no habrá sido más indigna esa crítica que lo que censuraba? Para Agustín esa crítica despreciaba en el fondo el lenguaje popular. Recuperarlo en una novela, la convertía en indigna
A Elena Poniatowska le llamó tanto la atención aquel adolescente interesado en la escritura que lo entrevistó en 1965. Desde la publicación de La tumba, José Agustín ha provocado filias y fobias. Y parece increíble que nuevas generaciones de críticos continúen esa negra tradición contra este escritor que es de los pocos que pueden vivir de sus regalías; que es de los pocos, que en vida, ya es sus lectores. En apenas dos años (entre 1964 y 1966), José Agustín ya tenía tres libros publicados: La tumba, su Autobiografía y De perfil. Desde entonces sus lectores continúan multiplicándose.
Hace un par de años su fama de escritor casi le cuesta la vida. En el teatro de la ciudad de Puebla un grupo de jóvenes lectores se subieron al presidium para pedirle autógrafos o tomarse una foto con él, pero fue tal la multitud que ésta poco a poco lo hizo caer de casi tres metros de altura. Se rompió el cráneo y varias costillas. Salió de circulación, como dice, casi un año y medio.
Un día antes de convertirse en víctima de sus admiradores, José Agustín había dicho en otro foro, cuando se le preguntó cómo le gustaría morir, que le gustaría morir en un escenario… y casi se le cumple.
Al margen de las academias y de los presupuestos de las instituciones culturales, José Agustín ha animado, como muy pocos, nuestra vida cultural. Lo ha hecho con su visión crítica del México contemporáneo, con más de treinta novelas y libros de cuentos y relatos, con guiones de cine como el de El apando, de Felipe Cazals, con programas de televisión, cursos, conferencias, obras de teatro, colaboraciones periodísticas y con su ya clásica Tragicomedia mexicana.
Aunque la mejor selección de las obras de un autor la hace el tiempo, no es improbable que entre los libros que de José Agustín permanezcan se encuentren La tumba, De perfil, El rock de la cárcel y naturalmente Vida con mi viuda por la que mereciera el premio Mazatlán de literatura.
Hace unos días descubrí en la casa de Cuautla de José Agustín la sección de sus libros consentidos. Entre volúmenes de yoga y de literatura hindú descubrí no una Biblia, sino varias. Su estancia en Lecumberri, su apuesta por la contracultura, su crítica anticlerical y de la clase política y sus estructuras me hicieron preguntarle. ¿Tienes una Biblia entre tus libros consentidos?
–No tengo una, sino varias.
–¿Eres un hombre de fe?
–No soy de grandes devociones, pero sí creo en Dios.
José Agustín no deja de sorprenderme. Supongo que a sus lectores tampoco. ¿Este escritor, más importante que famoso, recibirá este año el premio de Lingüística y Literatura que le fue concedido? Ojalá, al premio le hace falta. Premiarlo también es premiar a sus lectores.

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