viernes, 6 de enero de 2012

“No pasa nada”

En una esquina de una de las muchas calles del centro, del para mí hermoso Distrito Federal, un par de jóvenes discutía acaloradamente de algo que me trajo muchos recuerdos de esos que nunca llegarán al olvido. Al decir jóvenes, no me estoy refiriendo a una edad indefinida
, sino a la edad precisa que cada uno de los que dialogaban tenía. Calculé, según el “físico” que no serian mayores de l8 o l9 años y —justo es decirlo— me asombraron sus conocimientos de la “historia moderna”, aún no escrita de este país al que orgullosamente llamamos nuestro, cuando sentimos y a veces comprobamos que no hay un centímetro de él que podamos probar que nos pertenece... y menos que esos hechos sean considerados historia... y todavía más, que puedan algún día verse en letras de molde en un apretado volumen lujosamente encuadernado y como texto “obligatorio” para las escuelas, ordenado por la Secretaría de Educación Pública.
El título de estas modestas líneas, puede prestarse a muchas interpretaciones y por ningún motivo quiero que se vaya a entender algo que no quiero decir.
El “no pasa nada” son tres pobres palabras que con mucha frecuencia solemos escuchar en muchos y diversos lugares de reuniones de amigos, compañeros de trabajo, de parientes, de familias enteras que acostumbran con asiduidad juntarse a platicar, a saludarse cuando menos una vez al mes... que se yo. “¿Cómo estás, qué hay de nuevo?” “Bien, gracias. Todo igual, no pasa nada”... Son palabras comunes. Muy socorrido su uso en el lenguaje cotidiano de la mayoría de las ciudades de este país... aunque esta hermosa tierra se esté desmoronando por decisión (y a lo mejor convicción) de los malos gobiernos...
Y hay quien se atreve a preguntar: “¿Y tenemos de otros?”... Silencio largo y profundo... Si alguien cuenta con una respuesta razonada, bien estructurada, plena de convicción... No la suelta (como dicen por allí). No osa mostrar su manera de pensar “porque las consecuencias pueden ser canijas”... Y todo queda en la callada inconformidad, en el pensar largo de cómo se podrá, del eterno ¿qué hacer? que nos hostiga siempre que sentimos la inconformidad, la ira “que se alza como leche hirviendo”, cuando los malos gobiernos hacen “lo que les da la gana...”
Y la desesperación y la impotencia corroen las almas de quienes saben lo que es la conmiseración ante el dolor ajeno; los que tienen a flor de piel el sentido de solidaridad, los que son capaces de sentir profundamente lo que les manda la caridad, la pobre caridad cuya interpretación ha sido torcida, deshonrada, desprestigiada, malevolamente utilizada la hermosa palabra y trocado su significado original, en un embrollo pleno de falacia, en un engendro siniestro de inconfesables acciones, contrarias al principio que le dio vida.
Y el ya famoso y proverbial “no pasa nada” crece, se extiende su uso, se vuelve frase socorrida en todas partes, sobre todo en los lugares donde cae la desgracia, la mala suerte... la tragedia y muchos... (triste es decirlo) repiten convencidos... “no pasa nada, no pasa nada”, así se trate del peor espectáculo de injusticia y de dolor que les haya tocado.
Miles de personas en este país, en esta tierra que se llama México, en este suelo enaltecido por poetas, descrito con orgullo por la riqueza de su suelo, por su tierra pródiga, por la heroicidad de muchos mexicanos que iluminan la historia; por sus hombres y mujeres ilustres y por el noble y bondadoso pueblo que llena su territorio, afortunadamente no ha enraizado el “no pasa nada”, aquí se siente lo que pasa, sea bueno o sea malo y si algo terrible acongoja a algunos mexicanos, los otros, los demás, (con deshonrosas excepciones) se preocupan por los que sufren alguna desgracia y unen sus esfuerzos para ayudar a los caídos en desgracia.
Ojalá esa solidaridad innata de este pueblo del que me enorgullezco en pertenecer, perdure, para que todas las generaciones venideras gocen de ella y sepan dejarla como semilla prodiga a sus descendientes.
Dirigente del Comité Eureka

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