martes, 21 de agosto de 2012

¿Cumbre? ¿De la izquierda?

http://www.lasillarota.com/media/k2/users/1068.jpg  Alejandro Encinas Nájera (La Silla Rota)
Sin sobresaltos ni sorpresas, los días 15 y 16 de agosto tuvo lugar en Acapulco, Guerrero la pomposamente denominada “Cumbre de la izquierda mexicana”. Más que una cumbre, fue un encuentro de cuadros y dirigentes perredistas que se caracterizó por su poca efusividad  y en el que brillaron por su ausencia los dos liderazgos  que han acaparado las poco más de dos décadas que tiene de vida este partido: Andrés Manuel López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas.


Tampoco podría decirse que fue de la izquierda mexicana –algo un tanto pretencioso y monopolizador– porque además de las corrientes del PRD, apenas y aparecieron como “invitados especiales” algunos aliados provenientes del PT y Movimiento Ciudadano, sin que fueran convocadas las numerosas expresiones sociales que conforman el mosaico de las izquierdas mexicanas (en plural).

Más allá de la foto del recuerdo y el intercambio de tarjetas de presentación entre futuros compañeros de bancadas legislativas, esta reunión tuvo la intención de mostrar a la opinión pública que la familia de la revolución democrática se encuentra unida y fortalecida.

De ahí surgió la “Declaración política de Guerrero”, cuya parte medular es la exigencia al TEPJF de un fallo exhaustivo y apegado a derecho, aunque en ningún momento se plantea textualmente la invalidez de la elección, tal como reclama el obradorismo. En vez de ello, recurren al concepto vago de la “vigencia del Estado de Derecho”. El único que en franco destiempo y sin eufemismos de por medio se apresuró a pedir a AMLO que aceptara a priori el fallo, fue el coordinador de Nueva Izquierda, Jesús Ortega. Seguir su consejo sin siquiera conocer los argumentos que esgrimirá el máximo tribunal en materia electoral, implica otorgar un cheque en blanco a la impunidad. ¿Qué tal si la calificación es a todas luces ilegal debido a que premia a quienes delinquieron? Siendo consecuentes con el pacto de civilidad que firmaron todos los candidatos presidenciales, en tal caso habría que poner la resolución en tela de juicio, puesto que lo que está en juego no es el prestigio y carrera de siete jueces, sino la legitimidad de las instituciones democráticas como conductos para arribar a decisiones colectivas.

Como ésta, hay muchas otras disonancias entre la dirección de un instituto político inexorablemente volcado a sus acomodos internos, y los desafíos que se presentan a las izquierdas en un país acechado por la sombra del autoritarismo.

Sobre y sub representación

Solo desde el dolo o la ofuscación se puede afirmar que AMLO es un lastre para la izquierda mexicana, como lo señaló el diario español El País, en su editorial del pasado 15 de julio. Basta un dato para desmentirlo: en las elecciones intermedias del 2009, el PRD sufrió un descalabro electoral al obtener el 12.2% de los votos, ubicándose muy cerca del Partido Verde, la cuarta fuerza política. Debido a su bajo nivel de institucionalización y alta dependencia en liderazgos carismáticos, es regla que al PRD le vaya mucho mejor en las elecciones presidenciales que en las intermedias. En las dos ocasiones en las que AMLO ha abanderado a la coalición de fuerzas progresistas, éstas han obtenido su mayor votación y el mayor número de escaños parlamentarios.

Paradójicamente, quienes mejor han entendido este factor y por ende le han sacado más jugo, han sido los chuchos, quienes se presentan como la corriente antagónica. Aprovechándose del inocultable desinterés de López Obrador de la vida interna del PRD, y de que Morena no cuenta con canales para traducir votos en escaños, en los últimos años, Nueva Izquierda, sus aliados y quienes pactan con ésta haciéndose pasar como oposición interna, se han apoderado del aparato partidista.

Fue así como en el primer semestre de 2012, no más de diez “operadores” palomearon a puerta cerrada la lista de candidatos que gracias al arrastre de López Obrador a nivel nacional, y en algunas entidades al impacto de su abanderado, como el caso de Miguel Ángel Mancera en el Distrito Federal, llegarán a partir del 1ro de septiembre a un espacio de representación popular. Es regla general que AMLO obtenga mayor porcentaje de voto que los candidatos a diputados y senadores del Movimiento Progresista. Se da así un desfase entre los casi 16 millones de votos que obtuvo López Obrador y la escasa presencia que tendrá su línea política en el Congreso y en los parlamentos locales.

La historia del 2006 tiende a repetirse. Tan pronto tomen protesta, muchos le darán la espalda al tabasqueño. El caso de Ruth Zavaleta, de Nueva Izquierda, es ilustrativo. Llegó a ser presidenta de la Mesa Directiva en San Lázaro a través de las siglas del PRD. Acto seguido, se volcó al calderonismo y posteriormente al PRI.

Desde hace seis años en el PRD se ha instaurado una relación sumamente funcional para Nueva Izquierda y sus allegados, pero deficitaria para AMLO. Los chuchos han crecido desproporcionalmente gracias al respaldo popular del ex candidato presidencial y a que éste, bajo el argumento de no involucrarse en los asuntos internos, ha permitido que otros decidan. Hay veces que en política no querer tomar una decisión implica que ya se tomó una decisión. Como crecientemente se dice en Morena, mientras unos cultivan, otros cosechan.

Carisma vs burocracia

Estas tensiones no son coyunturales: se derivan de la histórica disonancia perredista entre  sus fuertes liderazgos carismáticos y una débil institucionalización que nunca acaba de cuajar. El crecimiento electoral del PRD siempre ha estado ligado casi exclusivamente a estas figuras. Por ello, como apunta el profesor Octavio Rodríguez Araujo, los partidos de izquierda y particularmente el PRD deben “desarrollarse y madurar como tales y no a costa de liderazgos que, incluso por razones naturales, son o pueden ser menos permanentes que las organizaciones políticas”.

Sin corriente no hay partido

No es que el PRD haya rehusado intentar fortalecer sus estructuras e implantación territorial. Es sólo que en tal periplo ha naufragado. La ruta que escogió para contrarrestar la hegemonía del caudillo, fue conformar corrientes internas, tal como existen prácticamente en todos los partidos de izquierda en el mundo. Pero estas corrientes no solo fracasaron en cortar los lazos de dependencia con el líder, sino que devinieron en grupos de interés. Hoy en vez de un partido político, el PRD se asemeja más a una confederación de grupos que acuerdan por canales informales, socavando las vías institucionales. Así, la voz de los individuos, núcleo básico de toda democracia, es sofocada por los intereses corporativistas. Si un militante quiere hacer carrera política en el partido, tendrá que hacerlo a través de una corriente.

En conclusión
La llamada cumbre de las izquierdas –no faltó quien la calificara como un acto histórico– pudo haber sido un formidable espacio para reflexionar colectivamente acerca de éstas y otras asignaturas que se quiera o no, tendrán que atenderse pronto. En vez de ello, salvo excepciones, lo que prevaleció fue el discurso frívolo, los rostros autocomplacientes y en algunos casos las prisas de que el episodio de la calificación de la elección presidencial se dé por zanjado.
 Fuente: La Silla Rota


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