Ricardo Monreal Ávila
fuente: diputados en movimiento
(Intro: ¿Qué tesoro informativo podría ocultar el gobierno de México al de Washington que éste no conozca ya en materia de energéticos y narcotráfico?)
La información de que el gobierno de los Estados Unidos espió recientemente a México en asuntos de energía y narcotráfico generó una reacción de nuestro gobierno que linda entre la ingenuidad y el ridículo.
La presidencia y la cancillería consideraron “inadmisible” una intromisión de esta naturaleza y anunciaron que solicitarán al gobierno norteamericano una respuesta al respecto. Fue todo. “Rápidos y tímidos” es el nombre de esta reacción.
La supuesta “inadmisibilidad” es una ingenuidad del tamaño del espionaje que se practica en México de manera oficial y oficiosa, con y sin permiso, con y sin cobertura diplomática, en casi todas las áreas de interés para los Estados Unidos (no solamente energía y narcotráfico), y que se efectúa con la total anuencia y tolerancia del gobierno mexicano.
¿Qué tesoro informativo podría ocultar el gobierno de México al de Washington que éste no conozca ya en materia de energéticos, como son las reservas reales de hidrocarburos, planes de inversión, acuerdos comerciales con otras potencias, corrupción en la paraestatal, situación financiera crítica, planes futuros de exportación de crudo y hasta el contenido mismo de la inminente reforma energética?
En materia de narcotráfico, ¿qué datos podría negar, esconder o dejar de compartir el gobierno mexicano al de Estados Unidos, si el 99.99% de la información de rutas, cargamentos, desplazamientos, embarques, desembarques, costos, corrupción policial y judicial, cabecillas de cárteles, cerebros financieros y cuentas bancarias, contra las cuales se movilizan las agencias de seguridad mexicana es información made in USA o validada previamente por Washington?
¿Acaso no quedó transparentemente revelado en los cables de Wikileaks que el gobierno de Felipe Calderón, de rodillas y en tono suplicante pidió la intervención y participación de la inteligencia norteamericana, cuando se dio cuenta que su “guerra contra las drogas” iba al fracaso?
La diplomacia contemporánea ha acuñado un término para describir la tutela que una potencia ejerce sobre una nación formalmente independiente en dos aspectos claves de su soberanía: la seguridad y la procuración de justicia. El término es neocolonialismo.
Cuando el gobierno mexicano motu proprio abrió las puertas de par en par a la inteligencia imperial, y luego promovió que altos mandos del Ejército fuesen procesados con base en testigos protegidos proporcionados por esas misma agencias (el caso de la Jeniffer), la situación de sometimiento neocolonial en términos militares y judiciales quedó sellada.
Revertir esta condición neocolonial (y pasar a una auténtica política binacional de cooperación, colaboración e intercambio entre vecinos y socios soberanos, olvidando la demagógica palabra “amigos”) requiere de algo más que una débil exigencia de información por la “intromisión indebida”.
Estas respuestas no sirven ni para intentar explotar políticamente el anestesiado sentimiento nacionalista de los mexicanos, y sí en cambio exhiben la ridiculez y candorosa ingenuidad de una administración que no sabe o no quiere salir de la incómoda postración neocolonial en que se encuentra.
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