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Irene Selser | |
La revolución de Lula y la zona de confort de Mario Vargas LLosa | |
06 octubre 2010 irene.selser@milenio.com | |
Desde que leí La ciudad y los perros en Buenos Aires, hace ya bastantes años, cuando tenía 12, no he dejado de seguir y admirar al gran escritor que es Mario Vargas Llosa, el del prostíbulo de La Casa Verde, Lituma en los Andes o La guerra del fin del mundo, donde los protagonistas son el mesianismo y la irracionalidad de la conducta humana, toda vez que en esa gran novela de ficción histórica, los bandos en pugna se enfrentan hasta la muerte, convencidos de que solo existe su verdad. Como dice Sergio Ramírez, con Vargas Llosa ocurre lo que con otro grande de la narrativa continental, Carlos Fuentes: aunque desde polos distintos, lo que cada uno de ellos opine sobre la vida pública de la región tiene siempre mucha resonancia, porque antes se ganaron una gran audiencia como escritores. En el caso de Vargas Llosa, no creemos que sea Europa —donde ha vivido la mayor parte del tiempo— la responsable de su mirada elitista sobre los procesos de cambio. Otro gran peruano, César Vallejo, que revolucionó la poética castellana después de Rubén Darío, también vivió en el Viejo Continente, pero su sensibilidad nunca dejó de estar a la izquierda. O Julio Cortázar o el mismo Pablo Neruda. Es entonces desde una posición de derecha -aunque según Fukuyama “izquierdas y derechas” ya no debieran existir, desde que la Historia también tendría que haber desaparecido- que Vargas Llosa opina. De hecho, compitió por la presidencia del Perú en 1990, por el centroderechista Frente Democrático, pero la decepción de la derrota lo hizo nacionalizarse español. Tampoco esto es importante (en mi caso sumo tres nacionalidades y podría tener otras tantas si quisiera, legalmente heredadas). Lo que es relevante es el desprecio con que el gran narrador se refiere a los cambios estructurales -de estructuras injustas y desiguales desde hace cinco siglos- impulsados desde hace casi una década en la región. (Chávez y Ortega merecen una columna aparte). De Lula da Silva lo menos que él ha dicho es que es “un travestido”, “un politicastro sin espina dorsal cívica y moral”, a quien la democracia sólo le cabe entre comillas. Ironías de la irracionalidad humana (o, lo que sería lo mismo, de la “latinoamericanidad”), pareciera que el caudillismo político que el gran escritor no deja de ver en el ojo ajeno, le impide ver la viga mesiánica en el propio y terminar, como en La guerra del fin del mundo, enfrentado al otro bando convencido de que defiende la certeza de la “única” verdad. |
miércoles, 6 de octubre de 2010
Daños colaterales
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