martes, 12 de octubre de 2010

Gracias a Dios, tengo la cola limpia


Jairo Calixto Albarrán

12 octubre 2010
jairo.calixto@milenio.com

Así lo expresó el presidente municipal electo de Culiacán, Héctor Melesio Cuén Ojeda (PRI-PVEM), ante los señalamientos de enriquecimiento inexplicable de que está siendo objeto por parte de fuerzas oscuras que nomás me lo quieren desprestigiar. Seguramente, después de haber invocado al supremo —que qué culpa tiene— como su testigo en materia de profilaxis en la zona del esfínter, todo el mundo le creyó sus dichos y, en consecuencia, a todos aquellos a los que se les señale por abusos, excesos y malversaciones podrán utilizar su trasero como referencia fundamental de su probidad.

Ya no harán falta pruebas o estados contables, será suficiente con que un funcionario señalado por corrupción explique con aplomo de hombre de verdad que su trasero carece de sección amarilla, para que ya no se le investigue. Sobre todo porque no habrá autoridad que quiera contradecir al Señor, mucho menos inspeccionar in situ la zona glútea del fulano en cuestión para checar si en efecto ha sido lavada con agua y con jabón.


Todos tenemos derecho a tener nuestros asquitos, no sólo don Etilio González, quien sospechosamente hizo su numerito en días previos al día internacional de la salida del clóset, quizá con la esperanza de que le abrieran cancha para tener más espacio de maniobra.


Como quiera que sea, tan contundente argumentación de tintes sacro-escatológica le podría servir a Rodrigo Medina, el góber petocho de Nuevo León, para explicar cómo consiguió que Monterrey le arrancara a Cuernavaca el epíteto de “Ciudad de la eterna balacera”.


Igual pueden alegar en la Secretaría de Hacienda, que atinadamente dirige el chico Cordero, para justificar los gasolinazos que nos recetan con un rigor que ya quisiéramos ver aplicados a la persecución de trácalas de cuellos blanco, blanqueadores del narco y evasores de gran calado de esos que se las dan de grandes filántropos en las páginas de sociales.


Y qué decir de ese enorme luchador por las causas sociales, el secretario del Trabajo, Javier nada Lozano que, cuando se le reclaman los dudosos servicios de CFEliz (cobros excesivos, tardanza en la reparación de fallas, acumulación de hartazgos, burocracia proverbial), parece decir lo mismo que el munícipe electo culichi.


Igual diría Bernardo de la Garza, para darle sentido a un show deportivo en Reforma que nos hizo extrañar esos 20 de noviembre con burócratas gordos, de pants, rindiéndole culto al preciso en turno y a Fidel Velázquez.


Sí, que a nuestros políticos no los acusen de darse el clásico baño ruso: la cara limpia y el culo sucio.


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jairo.calixto@milenio.com

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