martes, 19 de octubre de 2010

La vida con el narco

   


Roberto Blancarte

19 octubre 2010
blancart@colmex.mx

Los mejores asesinos seriales no son los famosos: no lo son Charles Manson, Ted Bundy, John Wayne Gacy ni el caníbal de la Guerrero. Los mejores son aquellos de quienes nada sabemos; los que siguen cometiendo sus crímenes en lo oscurito, con precisión quirúrgica, mientras gozan de la mejor fama y estima entre sus vecinos. Lo mismo puede decirse de cualquier otro giro criminal, como es el caso del diputado Godoy quien, luego de esa grabación contundente y demoledora, hizo exclamar a todos el consabido Dios mío, hasta dónde está infiltrado el narco, como si ese cáncer fuera una novedad. Vaya, si a Godoy lo pillaron no fue por su inteligencia ni por su previsión, sino por todo lo contrario: los narcopolíticos que aún están en las sombras y que siguen recibiendo, sin que nos enteremos, la lana del narco son aquellos que debían preocuparnos, porque son quienes más daño son capaces de hacernos, al haber tejido mejor sus redes de complicidad y de protección.

Técnicamente es una necesidad la conclusión del caso hasta sus últimas consecuencias jurídicas, aunque la sentencia, cualquiera que ésta vaya a ser, salga sobrando: si bien es cierto que de la cinta en cuestión, en caso de que pudiera ser declarada legal y usada en un juicio, no puede atribuírsele al diputado Godoy delito alguno —aunque tengo mis dudas: no es cualquier cosa eso de pedirle al capo que mande putear a un periodista incómodo que, dicho sea de paso, me pregunto por qué ningún medio noticioso o policiaco ha buscado interrogar, de perdido para ver si tiene algún ojo morado o hueso roto—, la dócil familiaridad con que nuestro representante en el Congreso se dirige a La Tuta es indicativa de una relación jefe-empleado que va más allá de juntarse una vez a la semana al dominó y que apunta a una complicidad servil en la que cualquier sentencia resulta irrelevante.


El problema de todo esto es que, a pesar de lo doloroso que es enterarse del grado de descomposición y de cinismo al que han llegado quienes debieran ser nuestros representantes y los defensores de nuestra legalidad, lo más triste es que haya más, muchos más que, por su astucia, por su retórica deslumbrante o por sus buenas acciones mediáticas, escondan grados bastante mayores de corrupción sin que nadie se dé por aludido, por andar como estamos asombrados con el resbalón de quien es un esbirro muy menor en esa cadena alimenticia que es el imparable alcance de la persuasión del narco.

roberta.garza@milenio.com

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