domingo, 3 de octubre de 2010

Y tú ¿votarías por López Obrador? Parte III

Los intelectuales de la izquierda bonita. Una crítica.
Por Gibrán Ramírez Reyes (*)
(Ver parte 1 y 2, en anteriores entradas)

Es un lugar común pero hay que repetirlo: la izquierda es más sectaria que la derecha y en ello radica en alguna medida su debilidad.
Ciertos comunicadores no reparan en detalles que cambian radicalmente el sentido de las cosas que se dicen. Cuando López Obrador mandó al diablo a las instituciones que están al servicio de una oligarquía (de acuerdo con su diagnóstico y diciendo al diablo con sus instituciones), Televisa se empeñó en presentarlo como el peligro para México que los spots decían que era. Los comentaristas de radio y televisión se esforzaron por hacer notar su tono sobresaltado y el impulso antiinstitucional que, de haber llegado a la presidencia, no habría reparado en derrumbar las instituciones que sudor y sangre costaron a los mexicanos. Pasaron por alto, inaceptablemente por alto, que la expresión no mandaba al diablo a las instituciones de modo genérico. Se refería a unas en particular, a esas: a las que pertenecen a aquellos que han influido para coparlas de ciertos nombres de personas incapaces: a la Suprema Corte con ministros recomendados por Diego Fernández de Cevallos y al IFE con un presidente impuesto por la misma Elba Esther Gordillo. Ciertos intelectuales de gran talla como Roger Bartra, y otros de menor calado en sus reflexiones, aunque respetables igual que todos, como Denise Dresser, tomaron la interpretación de Televisa y en ella se apoyan hasta el día de hoy para calificar como arcaico y populista al movimiento encabezado por AMLO.
Fue Lorenzo Meyer quien con el poder de la televisión desmintió lo que en Televisa y en todos lados se decía. La respuesta del poder fue quitar de youtube y otros sitios de videos el tan repetido “al diablo con sus instituciones” para dejar lugar a la duda. Por más que los diarios, como Crónica o aún más serios como El País, hubieran dado cuenta en el cuerpo de sus notas del énfasis puesto en la palabra sus, el mito del antiinstitucionalista loco que no sabía perder estaba creado y había echado raíces aún en la izquierda intelectual. Las críticas son contradictorias y revelan una discrepancia en las formas y no en los planteamientos de fondo.Largo sería citar cada crítica a López Obrador y decir por qué son erradas o por qué se trata de temas que afectan más la superficialidad de la imagen televisiva que a un eventual gobierno encabezado por él. Tocaré las más persistentes.
Unas veces lo descalifican por purista y otras por cínico. Una vez por no aliarse con Gordillo para las elecciones y otra por defender “intereses creados” si se trata del SME. Lo hacen mostrando el presupuesto destinado a mantener a Luz y Fuerza pero no reparan en los matices que hacen las cosas distintas, al revés de lo que ellos plantean. No reparan en el abismo que hay entre este dinero,el del SME, y los miles de millones entregados al SNTE por los dos últimos gobiernos; en la diferencia que supone que estos recursos se destinen a derechos laborales y aquellos a operación política, en que el SNTE es un obstáculo al desarrollo de la niñez y la juventud y en que el SME, con terribles vicios y todo (debe decirse que consentidos por los gobiernos federales en turno), es un aliado en la defensa de la propiedad nacional de la energía y brindó un servicio más llevadero que el que brinda la CFE, responsable de la pérdida de no pocos aparatos eléctricos en nuestras casas.
Denise Dresser ha dicho que AMLO debe pronunciarse contra algunos de sus aliados para tener credibilidad y luego le reclama: debes –porque le habla de tú— ser un político profesional con un menor contenido moral. Esto puede explicarse así: quizá Dresser es moralista cuando se trata de protestar por alianzas con la vieja izquierda nacionalista y quisiera borrar el pasado de un plumazo, pero es muy profesional si se trata de pactar reformas económicas que dejan la repartición de la riqueza a la buena voluntad de algunas empresas. Así parece mostrarlo cuando hace preguntas mal intencionadas como la siguiente: si, como tú quieres, México deja de exportar petróleo crudo ¿estarías dispuesto a subir tremendamente los impuestos, dado que esto sería necesario? Aquí, por ejemplo, Dresser hace de cuenta que la palabra crudo es irrelevante cuando forma parte del planteamiento esencial de AMLO. En este caso se trata de dejar de vender crudo y vender, en cambio, derivados (plásticos, combustibles, fibras, etc), con una ganacia que excedería en gran medida a lo que se obtiene hoy de vender barriles de petróleo sin procesar.
Existe también el mito de pobrelandia. Lo que se ha repetido con más insistencia es que se quiere hacer un país donde sólo tengan cabida los pobres y esto ha tenido una gran repercusión, pues ha asustado a no pocos integrantes de la clase media. Su sustento, sin embargo, es débil y no tiene más asidero que el viejo lema de “por el bien todos primero los pobres”, que lo que plantea es una igualación hacia arriba. Quizá habría que decir para que se nos entendiera mejor: por una sana clase media, más trabajo –y mejor pagado– para todos. Pero la negatividad del discurso no es gratuita, debe decirse que lo que intenta López Obrador es no borrar la miseria. Hay que darle un lugar simbólico a los pobres y esto no implica quitárselo a la clase media. Si se remarca la existencia de la pobreza es porque se priorizará su erradicación.
También está bien difundida la falacia de ver en López Obrador a quien divide y no hacerlo, en cambio, en las demás fracciones y facciones de la izquierda. Si el movimiento encabezado por él es el que le ha dado a la izquierda mexicana el mayor impulso que ha tenido en la historia, sería torpe, por decir lo menos, que éste pusiera su línea política a disposición de todos los demás. Falta diálogo y retroalimentación, siempre que no se pida a López Obrador claudicar en sus causas fundamentales. Existe el material para lograr un gran bloque progresista, lo que abordaré rumbo al final de esta serie de artículos.
Las diferencias de estos intelectuales con López Obrador son más bien de forma. El mismo Bartra ha dicho: “se mantuvo en una actitud agresiva más simbólica que real” y sigue “no es Fidel Castro ni Che Guevara”. “tiene un poco de Keynes, un poco de Roosevelt y un poco de nacionalismo revolucionario. Entonces, ¿para qué esa agresividad tan terrible?” (La Crónica de hoy, 26 de julio de 2006) Mi respuesta es que en México las propuestas de López Obrador se tienen que plantear como radicales porque México no es un país con una normalidad liberal. Hacer una reforma fiscal es un acto osado porque los grandes empresarios están acostumbrados a no pagar un quinto al erario a pesar de que ya tienen un desarrollo suficiente como para hacerlo (ni Televisa ni Bimbo ni Telmex son empresitas vapuleadas por el capital trasnacional). Desgraciadamente no pocos comentaristas e intelectuales han hecho esta advertencia extensiva a los pequeños empresarios y a la clase media, cuando su papel debería de ser el de aclarar su verdadero destino.
Aunque debo reconocer que a mí también me gustaría que López Obrador fuera un orador más agudo y un estudioso más preciso no puedo juzgarlo por lo que le falta ser: la noticia es que se trata de un líder político y no un mesías, y es por lo mismo que los desacuerdos acerca de su estilo durarán tanto como puede durar la diferencia en los gustos de la gente. No se puede caer en la pretensión fascista de que a todos nos satisfagan los mismos modos, pero sí puede pedirse que la izquierda, y más aún la que se dice intelectual, privilegie los planteamientos de fondo y en ellos centre el debate. Si López Obrador tuviera otro tono… Otro vocabulario: más sociedad civil y menos pueblo. Otro estilo. Más elegancia: no decir que es una mafia sino un conglomerado de destacados empresarios que han acumulado concesiones poco sanas para el bienestar de una buena parte de los menos favorecidos. Quizá así todo sería más bonito, como los discursos de Denisse Dresser y las novelas (no los ensayos) de Jorge Volpi. El griterío y las marchas no son políticamente correctos, por lo menos no si van combinados.
La confrontación y la divergencia son normales en la política y su existencia no debería asustar a nadie. Debe llamar la atención, en cambio, que sea un gran franja de nuestra izquierda intelectual la que prefiere confrontar a quienes más que antagonistas son probables aliados según las convicciones que dicen defender. Ser de izquierda implica mínimamente un compromiso con la igualdad y con la justicia social. Aunque no soy yo un intelectual me gustaría llamar a los que sí lo son –no obstante que es muy difícil que lean este modesto artículo— a entablar una diálogo crítico sistemático. La crítica del centro-izquierda a las formas de AMLO es atendible pero las críticas a ese centro provenientes de otra izquierda, más radical, también lo son. Los intelectuales socialdemócratas tienden a poner oídos sordos a los intelectuales más volcados a la izquierda que los han criticado con lucidez. Ni Octavio Rodríguez Araujo, ni Héctor Díaz Polanco ni Arnaldo Córdova tienen los espacios mediáticos que sí tienen Denise Dresser, Denise Maerker (antes tan digna) o Jorge Volpi. Sin embargo, los segundos se comportan como si no leyeran los diarios y no supieran, por ello, lo que dicen sus colegas, dando nulo espacio al debate. ¿Es soberbia o temor a la polémica?
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