viernes, 14 de octubre de 2011

"Pobre País",¡ Pobre Pueblo!

Desde hace muchos años, 36 ya, para ser exacta, en esta hermosísima ciudad a la que tanto quiero y en la mayoría de los rincones del país a los que he viajado por razones múltiples y de variada índole, he escuchado las palabras que dan nombre a estas modestas líneas, sobre todo a las que escribí entre comillas.

“Pobre país”. “Pobre país” en tono lastímero se escucha en voz de mucha gente que siente dolor y conmiseración por sus semejantes.
¡Pobre pueblo! les digo cuando han dirigido a mí su queja, que la sentía con tonos de imprecación. ¡Pobre pueblo! Sí, ¡pobre pueblo! Ahíto de sufrimiento, del hartazgo, de burla y desprecio, hambriento de alimento, pero sobre todo… ¡hambriento de justicia!
A veces me veo obligada a explicar la diferencia que en mi mente se forma entre los que dicen con inmenso dolor “¡pobre país!” y lo que yo casi a gritos expreso: ¡pobre pueblo! Y es que las enormes engañifas que brotan de los cerebros preparados de muchos (no digo que de todos) que dirigen los destinos de este país han lastimado y han burlado al pueblo durante ya muchos años, y a veces (casi siempre) con mañosa publicidad y con la artera malevolencia que caracteriza a esas “huestes”, por llamarlas de alguna manera (perdón, Atila), logran convencer a muchísima de la pobre gente que habita en el territorio nacional, que se ilusiona con el orgullo de ser mexicano porque un muchachote fuerte y correlón le dio una patada a una pelota y miles de voces gritaron “¡gooool!” o porque en un desfile militar vieron ondear una hermosa bandera de tres bellos colores, con el escudo del águila bravía en el lienzo de en medio, o porque se “pusieron chinitos” cuando escucharon los toques de clarín y el redoble de los tambores de los soldados… en fin.
¡Pobre pueblo! porque al llegar al humilde hogar el dulce sueño se desvanece ante la miserable vida que llevan en la mísera vivienda, con el hambre cotidiana que lacera sus entrañas, con la pérdida total de lo que fue apenas una levísima llama de esperanza de encontrar un trabajo y al ver a tantos hogares como el de ellos dicen: ¡pobre país! Y esa conmiseración que le brota por todos los poros al noble y generoso pueblo mexicano es menospreciada por los poderosos, por los que quieren ser dueños de todo, por los que nunca ponen fin a su codicia, a los que la ambición les crece con la facilidad que la mala yerba crece en áridos espacios… y en la aridez de sus mentes piensan que con acercarse a un templo, con “oír misa los domingos y fiestas de guardar”… con depositar una limosna en el cepo que se acerca a sus manos durante la misa… “con eso y unas cuantas cosillas más…” tienen ganada la gloria y, sobre todo, el respeto y la admiración de muchísima gente… “hasta de los jodidos…”
Aquí pido disculpas a los amables lectores, pero puedo asegurarles que no una, sino varias veces, me ha tocado la mala suerte de escuchar expresiones parecidas de la llamada “gente bien”, pero la peor, que produce que al recordarla aún se me erice la piel, porque me llega a la mente todo el entorno doloroso en el que se dio. Hela aquí: esperaba un camión en una esquina en Monterrey y cerca dialogaban dos hombres con atuendos de gente de la que suele llamarse bien vestida. Por el diálogo que sostenían y por lo alto de la voz de uno de ellos era fácil darse cuenta que ése estaba molesto porque su chofer no llegaba pronto a recogerlo.
Cerca estaba una pobre mujer con una niña tomada de la mano; una pequeña como de cuatro años, que al ver que se le caía algo que traía en su manita, soltó a su madre y casi corriendo bajó a la calle en el preciso momento en que llegó un auto, cuyo conductor no pudo evitar atropellarla…
La madre lloraba desconsolada y bajó a cargar el cuerpecito. Uno de los hombres que esperaban el carro se vio nervioso y manifestó al otro la conmiseración que sentía por la pobre madre…
Arribó el lujoso vehículo del otro. El automóvil se estacionó a pocos metros del terrible accidente. El dueño, antes de subirse, se despidió del que mostraba pena por la tragedia con las palabras que aún me queman la memoria: “No te preocupes, mano, si los jodidos a cada rato tienen hijos”. Con gente como ésa… ¡pobre México! ¡Pobre pueblo!
Dirigente del Comité Eureka

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