jueves, 22 de diciembre de 2011

Y sigue el dolor...

Rosario Ibarra 

Desde hace más de 36 años, cuando inicié la lucha para lograr justicia por el secuestro policiaco y la desaparición de mi hijo, escuché por primera vez comentarios terribles sobre la situación en Guerrero. Eran los tiempos siniestros del mandato autoritario de Luis Echeverría en la Presidencia de la República y de Rubén Figueroa como gobernador de aquel estado.

Por un desplegado me enteré de que en aquel rincón de la patria, el abominable crimen de lesa humanidad que es la desaparición forzada de seres humanos, había sentado sus reales desde el 18 de mayo de 1969 en Coyuca de Catalán, en donde en esa fecha fue secuestrado el maestro Epifanio Avilés Rojas por un mayor del Ejército de nombre Antonio López Rivera, quien lo entregó al general Miguel Bracamontes y éste, “en presencia de todo el pueblo”, según afirman testigos, lo condujo hasta una avioneta militar y ordenó: “llévenselo al Campo Militar Número Uno en la ciudad de México”, y desde ese día, la lista de desapariciones fue creciendo hasta convertirse en la más larga de todos los estados del país. Le siguió Sinaloa y después no hubo rincón de esta dolorida tierra que se llama México en donde no se hayan ensañado los malos gobiernos contra los que luchan por una patria mejor… y no se salva ninguno de los que han ocupado el alto sitial de Los Pinos, unos peores que otros, pero todos al fin culpables… Y con ellos, sus “altos colaboradores”: secretarios de Gobernación, procuradores de Justicia, ministros, “…qué sé yo…”. El caso es que jamás se juzgó a responsable alguno ni del delito terrible de la desaparición, ni de los estragos causador por la tortura en la calle Circular de Morelia No. 8, sede de la Dirección Federal de Seguridad, la siniestra DFS, cuartel de Nassar Haro y sus compinches del ilegal grupo.
Pero todo este triste relato me llegó a la mente por los sucesos terribles que recientemente se dieron en Guerrero: la injusta muerte de dos jóvenes de la Normal de Ayotzinapa, asesinados, sí, asesinados como tantos otros en esa entidad desde hace muchísimos años… Fui madrina de varias generaciones y conozco los deseos de esos jóvenes de salir adelante, de cultivar sus mentes, de compartir sus conocimientos con otros jóvenes que aspiran, como ellos, a una vida mejor, en la que el conocimiento, la cultura y lo que puedan aportar para sus hermanos de clase, sea un aliciente para enaltecer sus espíritus, para colmar sus vidas de dicha y bienestar, para ayudar a los suyos a salir del marasmo de una conformidad dañina, de una “resignación de clase” casi obligatoria por la marginación de que han sido víctimas desde hace ya varios años pero... ¿qué pasa? La justicia no llega, sus anhelos no se cumplen… Su presencia en cualquier lugar es vista como una amenaza… ¿Por qué la duda?, ¿cuál es la causa de la desconfianza a esos jóvenes que anhelan mejorar sus vidas, las de los suyos y las de sus compañeros?
Me niego tajantemente a imaginar “diferencias de clase”, discriminación entre compañeros del mismo o parecido estrato social, “vidas paralelas” que no saben lo que es la traición, en fin, gente de esta patria que no ha sido “suave” para ellos, sino que, por el contrario, ha sido de una dureza extrema...
Siento una enorme conmiseración hacia esos seres bondadosos, bien intencionados y mal comprendidos por quienes ocupan oficinas gubernamentales y envían pistoleros a “salvaguardar” la seguridad de sépase quiénes escogidos por quienes gobiernan.
Allá sus conciencias, allá ellos con lo que sientan que “a lo mejor estuvo mal”… allá ellos… La historia, si es fiel, lo sabrá decir.
Dirigente del Comité Eureka
 

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