lunes, 4 de junio de 2012

Desde la fría mesura

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Comienzo este escrito endilgándole al mundo un mínimo de racionalidad –o de insumisión–; de modo que proclamo hartísimo evidente el deseo común consistente en hallar el modo de arribar al mejor puerto posible tras seis años de malestar, al margen de confrontaciones superfluas. O sea, ya no se trata de atacarnos entre sí, o de demostrar que tenemos los mejores argumentos; se trata de encontrarlos, de ubicar su fuente en la experiencia. No en dogmas, ni en fantasías, ni en adscripciones ideológicas.
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Parto de una suerte de ley de la historia: la unidad de personas es condición sine qua non previa a toda disminución a un poder concentrado. Luego entonces, siempre que se dan estas luchas es porque se cuenta ya con alguna estructura organizacional –de cualquier naturaleza– que aglutina a los grupos y da cauce a los objetivos; y esto tendrá que ser así toda vez que se aspire a un cambio permanente dirigido. Es decir, no únicamente durante el previo a un cambio de gobierno, sino, –también– una vez consumado el objetivo. Ni siquiera los anarquistas proponían el derrocamiento de esta entidad detentora del poder; proponían su disminución, a través de la desconcentración del poder del Estado, diseminándolo entre el grupo.  
Claramente, en nuestro país se vive hoy una hiperconcentración del poder público en las manos de unos cuantos hombres tecnócratas –empresarios la mitad del día; legisladores, la otra– que lejos de gobernar a favor de los intereses del colectivo, viven ideando cómo engrosar sus cuentas bancarias. Pero lograr esto no ha sido una sinecura para estas gentes. La verdad es que se trata de personas muy esforzadas que han sabido servirse de la estructura estatal y de gobierno para el logro de sus conquistas. Y lo mismo, se han servido de los medios electrónicos, de los partidos políticos, de las leyes y sus reformas, etcétera, que de la buena voluntad del ciudadano, en el propósito de estar siempre alcanzando sus metas.
Hay algo de candidez en todo esto. Los medios electrónicos, los partidos políticos, incluso las leyes han visto nacer su institución al amparo o a la necesidad del sistema económico. Por supuesto, en este último enunciado no tendría por qué haber juicio adicional alguno (negativo) a no ser porque, en los hechos, el sistema económico ha degenerado en esto que se describe al inicio del párrafo anterior. En México, estos empresarios se han enquistado en las distintas instituciones de gobierno por la vía liberal-demócrata y, más específicamente, adhiriéndose a algún partido político a fin ser elegidos por la ciudadanía a través de una boleta electoral que va luego a una urna.
Pero no todos nuestros empresarios son políticos, y tampoco ha sido necesario que lo sean. Muchas veces quienes gobiernan lo hacen a capricho de los empresarios con tal de ser depositarios de sus dádivas. Afortunadamente, poniéndose a leer uno el periódico y cotejando las mentiras distribuidas por la TV contra la realidad diaria, uno puede más o menos reconocer a estos rufianes y decidir si otorgarles o no su simpatía el día del voto electoral (otra cosa es que los votos se cuenten mal).
Ahorita que estamos previos a elecciones, hay la gran disyuntiva entre no votar por los de siempre o anular-abstenerse.
En lo que a mí respecta, quiero exponer una vez más mis razones por las que, a un mes de la elección, estar ya lista para emitir mi voto.
Enuncio un hecho al que no deseo obviar: el voto corporativista es una práctica común en México; este tipo de práctica opera al amparo de causales sociopolíticas más o menos ubicables –y comprensibles–, pero de cuya discusión conviene zafarse en este momento, por no ser ésta una disertación sobre moral. En términos de praxis política, interesa más pensar los medios para disminuir su impacto en los resultados sobre la elección en curso que hacer el recuento histórico de cómo se ha llegado a esto.
Ahora diré por qué creo que, de las dos opciones enunciadas líneas arriba, anular-abstenerse no es la mejor opción para nuestra circunstancia histórica.
 
A. Abstencionismo
A.1 Por mucho que personas sean altermundistas confesos, antisistema o, en fin, simples eremitas viviendo al margen de los dictados del sistema global-neoliberal, lo cierto es que tales personas son también blanco de todos los yerros, injusticias y equívocos de este sistema. Y la verdad es que, ni siquiera estableciendo un perímetro de neutralidad –como lo hacen las comunidades autónomas– o contándose la historia de ser uno el más libertario de los seres o hallarse en el nirvana o culmen de la evolución social, etcétera, ni siquiera así uno queda exime. Lo cierto es que incluso perteneciendo a esta clase de grupos, el sistema también te pega. Y, el problema nodal de concebirse o hallarse en esta circunstancia, radica en que no hay un canal efectivo de facto, diferente al de la evasión, a través del cual este tipo de sujetos puedan defenderse de los embates del neoliberalismo. Uno puede vivir en la evasión eternamente o eternamente en rebeldía contra el sistema; pero al momento de pasar el sistema factura, la evasión no se vuelve un campo magnético impenetrable.
En lo que sigue de la lectura, téngase bien presente que la lógica del capital, consistente en acumular los centavos producto del trabajo de todos en unas cuantas manos –haciéndonos creer, por cierto, que el trabajo ladrón que ellos generalmente brindan es una bendición, etcétera– cuenta, además, con instrumentos de dominación para la perpetuación de este estado de cosas. Así, los medios electrónicos de difusión de mensajes, el Estado, la existencia de un sistema de elecciones, la democracia, las instituciones de gobierno, etc., al ser constitutivos de dicho sistema –o feedback el uno del otro (como estrellas binarias)– resultan ser las harramientas reales de acción de que provee el sistema.  Y, por supuesto, en este juego, como en muchos otros, quien fija las reglas es el más poderoso de los jugadores; de modo que, entiéndase: los capitalistas harán todo lo posible a su alcance para no sentarse a dialogar, para no sujetarse a los pliegos petitorios de grupos o comunidades marginales. Podremos con acciones marginales restituir a nuestra conciencia de dignidad, pero esto apenas si nos protegerá contra las iniquidades del sistema. Debe buscarse minimizar el impacto de dichas iniquidades.
Ante este panorama, hay dos vías, la que se juega reconociendo las reglas impuestas por el gran capital buscando maximizar el beneficio de todos, o bien –y como ya lo he sugerido en otras entradas– socavando a la gran institución sobre que se finca esta gran dictadura económica en que se vive: la banca. Esto último, por supuesto, implicaría una revolución.

A.2  Hay otro bando de abstencionistas, pero estos me parecen un campo más fértil, pues ellos optan por esta vía no por convicción, sino por mero desconocimiento de la situación. A este grupo, más bien la necesidad les imposibilita a tomar una posición política definida. Soy de la idea de que es una cosa positiva el animarse a dialogar con estos grupos en el propósito de socializar la información de que se disponga.
 
B. Anulacionismo
Es irrelevante determinar si esta postura es irreflexiva o no lo es. Es claro que favorece al voto corporativista. Si una práctica común de la partidocracia en este país no fuera el corporativismo –este acarreo multitudinario a las urnas con pago en despensas y favores–, habría poco sustento a esta aseveración, pero sabemos que no es así: va a haber gente votando ese día. Por otro lado, ni siquiera en aquellas sociedades que se presumen de democracias consolidadas, el voto nulo pasa de ser una expresión de inconformidad. 
Uno puede oponer respeto ante las ene pretensiones del anulacionista y sus razones; pero creo que aquí el asunto no es de respeto, sino de necesidad histórica. De modo que, mi objetivo no es principalmente impugnar el móvil anulacionista, como hacer ver sus inconveniencias.
Mi planteamiento nuclear es: en una sociedad de partidocracias corporativistas, votar nulo es contribuir –se quiera o no–, a la perpetuación de tales partidocracias. O sea, verlas perpetuarse en el poder, con baja posibilidad de darles una tunda real. ¿Y por qué –se preguntarán de inmediato– votar por algún partido en particular no es también favorecer al sistema de partidos o, particularmente, empoderar a alguno de ellos? Porque si ya se tiene claro que se busca la disminución de su poder, entonces, hacer un voto razonado eligiendo al mejor de ellos, es –ya– un despliegue de poder ciudadano. Por otra parte, no comparto esa visión según la cual todo en los partidos es la podredumbre, todo en la clase política está perdido, todo en todo es malo, etcétera (por sistema, me es imposible suscribir tal tipo de generalizaciones).
La idea es dejar claro a los partidos que su triunfo precisa del voto libre del ciudadano. Que no será ni con la coacción, ni con el soborno, ni con la desinformación con lo que habrán de conquistar nuestros corazones, ni sobre lo que habrán de edificar su permanencia. Esto es tan razonable que también es compartido por los anulacionistas y, de algún modo, es el acicate para su posición, de modo que su argumento más frecuente es argüir que si todos votásemos nulo, entonces, dejaríamos a los partidos a nuestra merced, neutralizados, inoperantes. Correcto –yo les diría–, e inmediatamente me estaría preguntando sobre la acción inmediata a seguir.
Depuesto el sistema de partidos, ¿qué vendría? Respondo. Yo creo que tendría que venir, como mínimo, convocar a un nuevo constituyente a fin de fijar las nuevas reglas de elección y representación popular, de forma de gobierno, etcétera. Ante este panorama yo, sin duda, estaría encantada. Pero, soy realista, no es ésta nuestra coyuntura; no estamos en ese proceso aún. Todo proceso hacia un cambio sociopolítico es paulatino y requiere de etapas. Si en este momento, el mayor grupo opositor al statu quo de nuestra repugnancia estuviera constituido de anulacionistas, yo estaría allí porque 1) Creo en la unidad y 2) En la organización como condiciones necesarias previas a todo cambio social. Pero como ése no es nuestro caso y es claro que el mayor proyecto político articulado opositor al de la oligarquía es el de Regeneración Nacional, entonces, me decanto por ese proyecto. Es una cuestión de estrategia. Ya no de fe, ni de esperanza. La renovación de la vida pública en este país pasa necesariamente por echar de los cargos públicos a quienes los detentas con satrapía o, por lo menos, minimizar el número de este tipo de individuos.
Pero hay más todavía. No por tratarse del mayor movimiento opositor, se trata del mejor movimiento opositor. El criterio del quórum no es necesariamente El Criterio. Sucede que, además, es importante analizar consideraciones empíricas útiles en la tarea de determinar si la opción por la que uno se sesga es, en efecto, la mejor de las opciones.
Yo puedo –pero no quiero– exponer las razones de por qué votaré por AMLO. Y no quiero hacerlo porque sí creo que se trata de una decisión individual a la que cada quien debe llegar desde su propio proceso –supuesto que se llegara–. A cambio de ello, puedo aconsejar que sea a través del contraste de ciertos hechos por lo que nos determinemos por alguna de las opciones (y aquí inevitablemente entrará la ideología de uno); a saber: 1) Contar con evidencias positivas de ausencia de deshonestidades públicas en la persona de quien votaremos. 2) Estudiar la viabilidad del proyecto. 3) Determinar su necesidad.
Hasta aquí la entrada.
“El democratismo ha sido, en todo tiempo, la forma de decadencia de la fuerza organizadora... Para que haya instituciones tiene que haber una especie de voluntad de instinto, de imperativo que sea antiliberal hasta la maldad: una voluntad de tradición, de autoridad, de responsabilidad para con siglos futuros, de ‘solidaridad’ entre cadenas generacionales futuras y pasadas hasta el infinito.”
Federico Nietzsche



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